sábado, 18 de junio de 2016

Conexión


A  Camilo, gracias por recordarme
verdades inquebrantables.  


                       Hay algo curioso con las ideas, me inclino a creer que son como niños traviesos que juegan en la cabeza sin pedirle permiso a nadie. Me pasa todo el tiempo que las siento de aquí para allá persiguiéndose unas a otras intentando encontrarse algún sentido, algún orden, alguna forma de salir, de ser algo que transforme lo que son. 
Por eso, mantengo siempre una libreta y un lapicero, para irlas tatuando entre las hojas cuando se dejan atrapar, cuando se hacen coherentes y me permiten escuchar que es lo que tanto quieren decir con su corre-corre. 
Claro está que no siempre dejan que me les acerque, son bastante ariscas, las ideas, digo. Gobiernan ellas solas su propio mundo y defienden su libertad a capa y espada. No les gusta andar por ahí dejándose encasillar por cualquier momento de lucidez que algún loco tenga de vez en cuando. Las ideas son sabias, y solo se le materializan, de vez en cuando, a quien realmente lo merece.

jueves, 16 de junio de 2016

De otro tiempo

                 


A Melissa, gracias por  permitirme 
imaginar tiempos más bonitos. 
                          



                          Siempre que se me cae alguna pestaña, o tengo en frente las velas que cada vez apuntan a números más grandes, pido el mismo deseo: regresar en el tiempo. Y la razón es simple, quiero regresar en el tiempo porque me gustaría, tanto como me gustan los domingos en los que duermo cual si el mundo se pausara, volver a cuando el amor era simple y se valía por sí mismo. 
No sé de donde me surgió la certeza de que pertenezco a otra época. Pero tengo la descabellada teoría de que por algún azar del destino, algún conjuro mal escrito que recitó una bruja con perversas intenciones me lanzó a este tiempo a aprender alguna cosa que todavía no descubro. 
Siento que debe ser algo sobre el amor, porque de alguna forma, siempre, todo lo que hacemos, incluso cuando intentamos huir, parece tener alguna conexión  con el amor.  Siento que lo que debo entender ha de tener que ver con eso, con recordar el amor, el que es bueno, y salir a buscarlo con la certeza de que sigue por ahí caminando en algún lugar el mundo.



Sara Betancur Carvajal 

miércoles, 15 de junio de 2016

Lista de placeres



  • Detenerse en la piscina y ver las gotas de lluvia cuando caen. 
  • Pasarse la lengua por los labios después de un trago de vino.
  • Despertarse junto a una ventana desde la que se puede divisar el mar. 
  • Perderse en el ritmo de las olas que parecen melodía. 
  • Ver los barcos lejos de la orilla y recordar historias de piratas y sirenas.
  • Calcular el horizonte y sonreír ante lo incierto.
  • Deleitarse en el baile de las golondrinas. 
  • Levantar un dedo, el índice quizá, e intentar seguir el rastro de las nubes. Como si pudiera volverse pincel y el mundo fuera lienzo. 
  • Cantar alguna canción que escurridiza se incrustó en la cabeza mientras se espera el ascensor en el piso 16. 
  • Flotar en el agua y ser liviano, imperturbable, efímero. 



Sara Betancur Carvajal 


martes, 14 de junio de 2016

Volver





A Paola , gracias por transportarme 
a lugares desconocidos. 




                     No sé cuántas veces conocemos algo por primera vez. Cuántas veces sentimos algo como si fuera nuevo a pesar de que quizá nos lo conozcamos de memoria, cuantas nos descubrimos a nosotros mismos dándole nuevos significados al mundo que creíamos tener resuelto y aprendido.

El tiempo, por ejemplo, es uno de los causantes de volver a significar. Cuando se pasea entre nosotros y algo conocido, es como si lo borrara todo, como si laminara la experiencia y la hiciera nueva, como si la lavara de significados, de connotaciones, de historias que ya no le pertenecen.

Sin embargo, la mejor manera de volver a significar, para mí, al menos, son los amigos. Compartir la realidad que creemos nuestra con los amigos genera una energía tan poderosa que hace que queramos volver a tener la mirada atenta para llenar el mundo cual si fuera un lienzo que hemos sido llamados a pintar.




Sara Betancur Carvajal 

lunes, 13 de junio de 2016

Sonrisas de Dios




A Mateo, que me ha enseñado a ver
la vida como si todo fuera mágico.


                                           Esa tarde estaba volado y volar hacía que todo pareciera tener un sentido mayor. Era quizá el hecho de que le recordaba que los sueños eran posibles, o tal vez el agradecimiento inmenso que nacía dentro de él al poder hacerse uno con el viento.
Lo invadía una plenitud inexplicable cuando estaba cerca a las nubes. Era como si perteneciera, como si encontrara que ahí era su lugar en el mundo.
Iba manejando el avión en silencio, sin pensar en otras cosas, en un estado de consciencia del aquí y el ahora que solo experimentaba cuando se sentía con alas.
La tarde había empezado a caer sin que él se percatara. El sol aumentaba el paso en su caida hacia el horizonte, como quien va al encuentro de un ser extrañado. Los colores que pintaban las nubes cautivaron su atención de la manera más extraña, se quedó mirándolos como si lo hubieran hipnotizado, como si de pronto lo hubieran llamado por su nombre.
El compañero, que iba a su lado, le tocó el hombro con sutileza.
-¿Qué pasa?, preguntó.
-¿Ves eso?, respondió él, señalando el firmamento.
El otro hombre pasó la mirada al frente, donde el naranja lo cubría todo. 
-¿El atardecer?, le preguntó seguro de que no era eso, de que se le escapaba algo.
-Sí, -le respondió el capitán- es Dios, que nos sonríe.




Sara Betancur Carvajal

jueves, 9 de junio de 2016

Simple








A Sara, gracias por recordarme
el verdadero mensaje del viento.


             Ese día lo entendí. Fue como si realmente un pájaro me lo hubiera dicho. Como si me hubiera perseguido hasta encontrarme, solo para posarse en mi hombro y susurrarme al oído.
Estaba sentada en la calle, porque a veces las sillas se me antojan inservibles. No había nada de especial en ese día, el cielo lo cubría todo y el ruido de los carros contaminaba la brisa. Cuando lo sentí andaba perdida en otras cosas, en momentos de otros tiempos que ya no me pertenecen.

Quisiera decir con exactitud el qué y el cómo pero me resulta imposible, entonces me limito a explicarme a mí misma que fue un pájaro, porque los pájaros son del viento y hablan todos los idiomas. Me digo que llegó hasta mi hombro, acercó su pico a mi oído y le escuché decirme: “Sara, la vida es simple y es bonita”. 

miércoles, 8 de junio de 2016

Posible

          




A Santiago, gracias por 
invitarme a ser niños otra vez.


   Me deleito mirándolo. Puedo quedarme horas viéndolo jugar, o escuchándole alguna historia de esas que saca de su cabeza como si tuviera ahí dentro una fábrica de imaginarios. Sobre todo, me gusta verlo cuando estamos cerca del mar.  Estoy seguro de que hay algo que él entiende y yo no, alguna verdad del universo que se revela a sus ojos inocentes y se oculta a los míos contaminados ya de tantas cosas que me enseñé a creer ciertas.
Hay algo en la inmensidad del océano que a mí me asusta pero a él lo tranquiliza. Es como si las olas le hablaran, como si, cuando chocan contra la arena sobre la cual está sentado, inmutable, le susurraran que todo es posible.


 


Sara Betancur Carvajal

martes, 7 de junio de 2016

Tiempo








A Ana, gracias por 
devolverme en el tiempo.

       La única condición es que no podía contárselo a nadie. Era un secreto de familia, había dicho la abuela, con claridad rotunda, la mañana en que se lo contó. “Elige la foto que quieras, la que más te guste”, la había instruido mientras le pasaba álbumes vestidos de polvo que había sacado de un cajón que mantenía con llave.
 Ana, sin entender todavía de qué iba el cuento, había revisado los recuerdos empastados en busca de alguno que llamara su atención. Cuando lo encontró sacó de la lámina la foto y se la entregó a la abuela. “¿Estás segura de que es esta la que quieres? Mira que si te equivocas vas a tener que esperar 190 días para repetirlo”.
Ana dudó y le pidió a la abuela que volviera a mostrarle la fotografía. La examinó en detalle y dejó que en su mente se dibujara la escena retratada. Era de otros tiempos, quizá más felices, en los que la vida parecía fácil y el mar la hacía sentir llevadera. Le sabía a familia, a tranquilidad, a conversaciones perdidas en la arena.
“Estoy segura” dijo luego, a lo que la abuela asintió con la cabeza y le contó en detalle el tan guardado secreto, no sin antes advertirle que el viaje no duraba sino 20 minutos y que la única condición era que no podía contárselo a nadie.
De esa mañana hace ya mucho tiempo. El asombro de ese día se convirtió en costumbre y hoy ya casi nunca Ana viaja dentro de las fotografías. Sin embargo, los días lluviosos en los que no pasa nada, se sienta a revisar los álbumes y elige algún recuerdo que se le antoje lejano, bonito, añorante. Pone la mano sobre la foto, con los dedos bien abiertos, como le enseñó la abuela, cierra los ojos con fuerza y repite la frase que mantiene en secreto. Vuelve así, por 20 minutos, a estar en el lugar de la foto. Aunque es corto y casi siempre queda anhelante, vuelve renovada, más consciente, es como si escuchara de pronto el acelerado compás del tiempo y sintiera gratitud por los recuerdos.

 

Sara Betancur Carvajal

lunes, 6 de junio de 2016

Inexplicable






A Mariana, gracias por 
confiarme tu pasión
 



            No tengo explicación y eso es lo más bonito. A veces me parece que pensamos que las explicaciones van a revelarnos algún secreto sobre la felicidad y su receta. Pero para mí, es todo lo contrario. Creo que son las cosas que no logramos expresar en palabras, que no nos caben en el molde de las ideas lógicas, las que realmente nos llenan. Son esas las que hacen parte de la receta, si es que existe alguna.
Sobre todo lo siento con el fútbol. Me pasa cuando me exigen explicaciones porque soy una mujer aficionada a un deporte que los hombres creen suyo, como si no entendieran lo tonto de pensar que la pasión conoce de géneros.
Entonces no se los explico, no se los explico cuando me lo preguntan, cuando me miran intentando esconder el asombro y me dicen “pero por qué te gusta”. Me limito a sonreírles y les respondo que no sé. A veces porque me gusta confundirles lo que creen que está establecido, revolcarles las ideas. Pero realmente es porque no necesito explicárselos, ni a ellos ni a nadie.
Porque finalmente no necesito más explicación que la energía que me recorre el cuerpo cuando estoy sentada con mi camiseta frente a la cancha. Porque me basta la sensación inexplicable que no me deja controlar los gritos y que me hace sentir conectada a algo que es cien veces más grande que yo.

 


 Sara Betancur Carvajal