lunes, 2 de marzo de 2015

Como se persigue lo perdido

Las gotas caen como persiguiéndose unas a otras en una carrera sobre mi ventana, parecen no darse cuenta de que al final del recorrido, después de tanto afán, de tanto intento por adelantarse, por no dejarse llevar, por unirse, no hay mas que un abismo por el que todas caen en un unísono que parece la risa de un niño que se burla de otro porque no entiende algo demasiado simple. 
"Gotas suicidas", pienso. 
Al principio me quedo sin entenderlas, las miro arqueando las cejas como quien intenta resolver un sudoku. Bueno, me imagino que así es cómo las miro, aunque jamás he resuelto uno, o si quiera intentado resolverlo. 
Me parece curioso ver cómo caen, algunas se deslizan despacio, intentando agarrarse al cristal que, despiadado, les da la espalda y se pone más liso. Otras bajan como si su pasado las estuviera persiguiendo. Pero al final todas caen, no importa cómo, no importa cuán grande o cuán chica, no importa si tiene miedo o si reboza valentía. Todas caen, Ninguna intenta volar. 
Luego, las cejas se me van relajando, en un compás lento pero no demasiado, de esos que anticipan la llegada de una nueva exaltación, y terminan por levantarse ayudando a los ojos a despertar. Entonces es cuando lo entiendo, cuando deja de parecerme tan extraño y comienza a resultarme tan familiar. 
También nosotros somos gotas, no tanto porque seamos agua, aunque también lo somos, sino porque también caemos. Caemos pensado que si es de arriba de donde venimos entonces abajo debe ser el mejor lugar, la meta, donde se espera que lleguemos. ¿Se espera? ¿Quienes esperan? No sé, nadie, nosotros mismos. 
Caemos a veces intentando aferrarnos, como quien se aferra a lo que ya no sirve mas que para recordar lo que ya pasó. Otras veces caemos a toda la velocidad posible porque queremos huir de lo que hay detrás, queremos crear una distancia tan larga que logre llamarse olvido. 
Caemos a toda prisa porque necesitamos llegar a otra parte, porque queremos avanzar, llegar más lejos, escalar más alto, conseguir esto, lo otro, lo de más allá. Llegar a la cima, a la meta, porque seguro desde allá sí se ve la felicidad, seguro allá sí está el secreto. 
Caemos inconscientes del trayecto de caída, lo ignoramos como el ladrón ignora que robar es malo. Sí, lo ignora. No es que no lo sepa, lo sabe. Lo sabe pero lo ignora. Caemos mirando al frente porque tenemos miedo de tropezar, porque seguimos sin entender que tropezar es crecer. Ignoramos el camino no porque no sepamos cuánto vale la pena, cuánto asombro traerá a nuestros ojos, sino porque vivimos afanados y tenemos miedo de perder el tiempo en asombros. Si, así de ridículo. No, así no, más. 
Caemos concentrados como si la magia no se escondiera en lo que se escapa a la concentración. Como si la imaginación no invitara a otros horizontes, a los que no existen y son tan reales. 
Caemos queriendo llegar a una meta que no es más que un abismo sin memoria.
A veces nos damos cuenta de lo absurdo de todo, como las gotas que se detienen un instante desesperado y se aferran al cristal. Pero luego, casi como niños incapaces de rechazar un dulce, volvemos a entrar en el carrusel de la vida que no deja que nadie escape y regresamos al afán, volvemos al abismo, volvemos a perseguir sueños hacia abajo, concentrados hasta tal punto que logremos ignorar que vamos en contra vía, hasta tal punto que olvidemos que los sueños no caen, que los sueños vuelan. 
-Tontos. Les digo, me digo. Y las palabras se dibujan en el cristal unos segundos que parecen calentar un poco las gotas que siguen persiguiéndose como se persigue lo perdido.   


Sara Betancur Carvajal


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