lunes, 8 de junio de 2015

La luna baila



A Andrés, gracias por direccionar mis ojos. 


Los grillos cantan la misma canción de todos los tiempos. Del ruido de la ciudad no se escucha ni el eco. Las montañas insinuadas, las casas que se han vuelto titilos de estrellas y las adornan. La noche negra. ¿Hasta dónde llega el horizonte? 
El rojo resplandor que las nubes esconden, sutiles, como un buen secreto que se asoma en una cómplice sonrisa. Él, en silencio y atento, la mira. Ella, distante, le devuelve la mirada con esos ojos que ya lo han visto todo. Parece que bailaran. Las caprichosas montañas la dejan ir y ella brilla libre, está a sus anchas en el inmenso cielo que es suyo. De pronto, deja de ser ese esbozo de un resplandor ajeno y va tomando forma, como coqueteándole y él no puede mas que seguirla, recorrer con los ojos su camino. Ya no mira nada más, la mente se le despeja como el cielo y la boca inevitablemente se le abre con asombro. Sonríe. Ella que solo brilla, roja como los labios perfectamente pintados de una mujer que intenta coquetearle a la vida, le recuerda de pronto lo pequeños e insignificantes que somos. Intenta retratarla inútilmente con el lente de su cámara, pero ella no se deja. Entonces se limita a detallarla, toda, despacio. La fotografía con los ojos que agradecen poder verla por primera vez sin el vidrio de las gafas que antes los separaba. 
Las siluetas se intensifican, la luna baila más despacio. No tiene afanes, las siguientes horas son suyas; el mundo la espera, y ella, a sabiendas de su redonda belleza, se hace esperar. Aunque sabe que no puede, quisiera alcanzarla, bailar con ella, probar a qué sabe esa voz que solo escuchan las estrellas.


Sara a Betancur Carvajal 




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