lunes, 7 de septiembre de 2015

Como una sombra


Cuando era pequeña mi mamá manejaba con un cojín en la espalda. Quería estar lo más cerca del volante que le fuera posible. La hacía sentir segura. Como era bajita se consiguió el cojín.
– ¿Es difícil manejar? Le preguntaba yo siempre. –No, me respondía ella mirando al frente, es solo difícil al principio. Después se te vuelve de memoria.
El problema con las cosas que se vuelven de memoria es que uno ya no las piensa, no son actos conscientes. Suceden en un ...lugar de la cabeza que está escondido. En la parte de atrás, creo.
Hay muchas rutas para llegar a casa. He probado casi todas. Pero la que más me gusta es la del puente. Me siento en otro lugar, lejos. Cuando lo recorro de un lado al otro y las luces en lo alto van quedando atrás me parece que el cielo se ve más bonito.
La autopista se sentía inútil recorrida por tanto silencio. Me parece loco cómo la ciudad cambia. Es como si el sol la agitara, la llenara de afán. Luego, de noche, es otra cosa. No había luna, creo, no sé, no miré, estaba ocupada cantando.
Cerré las ventanas porque hacía frio y porque el ruido del viento me molesta a veces. Me suena parecido a cuando el televisor se daña y la imagen se la comen unos puntitos blancos y negros. Fui demasiado consciente de que estaba sola y le subí a la música. Era una canción viejísima, de cuando tenía las manos más pequeñas.
Para coger el puente hay que dar una curva. Una curva grande, que parece el tramo de una escalera en espiral. No me acuerdo a cuánto iba cuando la cogí, no me acuerdo si quiera si todavía sonaba la misma canción o había pasado otra. Manejaba de memoria.
Creo que lo primero que vi fue la bicicleta. O tal vez fueron los ojos. Estaban abiertos de par en par, no sé si llenos de miedo o de sorpresa. Creo que él tampoco. Pero diría que era una mezcla exacta de ambas cosas.
El movimiento del carro me recordó al del carrito de monedas que había siempre afuera del supermercado donde de pequeña acompaña a mamá a mercar. Fue como si saltara, pero no como se salta cuando se tiene la intención de volar, sino como se salta cuando quiere uno desafiar la solidez del suelo. Algo se rompió abajo, como la cascara de un huevo. Frágil y para siempre.
Frené después, las llantas chillaron, nerviosas. Me entró de repente un frío como de otro tiempo. Un sabor a pánico me recorrió la boca. Me obligué a mirar por el retrovisor, no quería. La curva estaba atrás, siniestra, cómplice. No pasó nada me dije, no pasó nada. Pero ahí estaba, podía verla. Junto a la bicicleta, tendida en el suelo, una masa inerte como una sombra.



Sara Betancur




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