lunes, 1 de agosto de 2016

Se tejen más que hilos



               Maleable. Creo que la primera vez que oí el término debía tener unos doce años y la expresión de quien escucha otro idioma. Probablemente eran las 2 de la tarde y el inclemente sol golpeaba las ventanas mientras el profesor de química intentaba dar su clase. Maleable, entendí después, es la palabra con la que se define una cosa que puede adquirir distintas formas según se le requiera. No lo olvido, a pesar de que sí olvidé todo lo otro que la química intentó enseñarme.

Con el paso del tiempo y el capricho de escribir y preguntarse me fui dando cuenta de que las historias, todas, compartían esa cualidad. Entendí que siempre estaban ahí a la espera de que alguien las tomara  y les diera una forma, las codificara para el mundo, las supiera tangibles. Descubrí, entonces, que por el mismo hecho de ser maleables, las historias podían, siempre, esconderse en cualquier parte.

Me gusta imaginar que no se le develan a cualquiera, que saben escoger sus relatadores, que se cuidan de no andar por ahí cayendo en manos inapropiadas. Por eso me sorprende tanto encontrarlas, por eso me maravillo ante las múltiples formas que toman, ante esa facilidad suya para ir más allá del formato que las encasilla. Y es que siempre, como un iceberg,  las historias dicen más de lo que se alcanza a ver de ellas.

No pienso entonces que sea memorable encontrarlas en su forma más sencilla: cuando danzan al ritmo de letras y palabras. Creo sí, que es un verdadero tesoro, descubrirlas cuando se tornan sutiles y casi silenciosas.

De ahí que me maraville con el conjunto de prendas que algún autor, mal llamado diseñador, expone bajo luces incandescentes. Pues las colecciones, que nacen al público en forma de desfile, son otra manera de relatar el mundo. La moda es, al fin y al cabo, una recopilación de historias, que en vez de párrafos, toman forma de hilos entretejidos.



Sara Betancur 

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