sábado, 7 de noviembre de 2015

De atardeceres y olvidos

Alguien me dijo alguna vez que hay primeras veces que no recordamos, creo que como ejemplo citó la primera vez que vemos la luna. 
He olvidado ya la primera vez que me quedé contemplando un atardecer. Tampoco sé cuándo habrá sido la primera vez que se me ocurrió que los finales tienen algo de atardeceres. Tengo, sin embargo, razones para creer que fue cuando mamá me habló de sus episodios de pánico. 
Le empezaron a dar cuando estábamos pequeñas. Eran tiempos en que papá viajaba mucho y ella se quedaba sola en la casa. Me contaba que sentía que algo la perseguía, que era como si la vida se le viniera encima con todo su peso y la ahogara. En terapias, descubrió después, que le pasaba justo cuando empezaba el atardecer y el día iba muriendo de a poco. Le dijeron entonces que tenía que ver con eso: que el atardecer le recordaba los finales porque era el final del día. Supongo que debió ser también por la oscuridad que lo enrarece todo y porque estaba sola con dos niñas que para ese entonces eran aún más frágiles.
Los atardeceres, pienso, tienen algo de poético. Me gusta encontrar referencias suyas en las cosas que leo, así estén gastadas o suenen a mentira. Por ejemplo, encontré, la primera vez que leí El Principito, un planeta tan pequeño que de tanto girar conseguía que uno viera el atardecer hasta 44 veces.

Me pregunto si hay alguien que se canse de mirar el atardecer; alguien que no encuentre nostálgico los colores que visten al cielo; alguien que no sienta añoranza cuando el viento de las 5 le revolotea cerca. 

De los atardeceres lo que más me gusta son los arreboles. La primera vez que supe que era así como se llamaban fue en una conversación con papá que tenía algo que ver con una canción de tango. Supongo que me gustan porque me parecen curiosas las nubes y su innegable parecido con el algodón de azúcar. 

Me perdí. 

Un momento. 

No recuerdo qué era lo que quería decir. 

Empecé pensando: "quiero escribir  algo sobre los atardeceres y la manera en la que hacen que los ojos se sientan enamorados". Pero me he perdido en tanta referencia. 

Me imagino que debía ser algo sobre como los atardeceres nos recuerdan lo inevitable de los finales y vuelven más real el imparable paso del tiempo. Pero realmente no lo sé. La tarde cae de a pocos frente a mi ventana y ha hecho que olvidé el momento y me devuelva a otros tiempos, de palabras ya pronunciadas. 

Prometo, sin embargo, que cuando lo recuerde, voy a escribírselos. 



Sara Betancur Carvajal 

No hay comentarios:

Publicar un comentario