lunes, 18 de enero de 2016

Vaya a un lugar donde escuche los pájaros cuando despierte por la mañana


Elija un destino, el que prefiera. Uno que haya visto en un folleto o que haya escuchado en un programa de televisión un día mientras pasaba canales. No investigue mucho, no condicione la realidad, deje que el lugar lo sorprenda.
Ojalá escoja un sitio que sea lejos, ojalá no haya ido nunca, ojalá haga frío y le ofrezcan café en la entrada.
Una vez la noche haya llegando siéntese un rato en la escalera con los pies descalzos y la mirada lejos. No hable, no ocupe la mente con pensamientos de otros lugares ni de otros tiempos, esté ahí. Respiré profundo, sienta el viento, haga acuerdos con el silencio.
Luego métase entre las cobijas y vea alguna película tonta de domingo en la noche, lea el libro que hay en la mesita, o intente calcular cuántas personas han mirado también por esa ventana; pregúntese de qué color eran sus ojos, qué buscaban ellos en el horizonte. Después deje que el sueño se lo lleve sin permiso. No se asuste, no se levante en medio de la noche. Descanse, pausese en el tiempo, y permítase ser inconsciente de que la vida sigue su curso.
Despiértese por la mañana, cuando el frío de las primeras luces, que aún son tímidas, le acaricie los brazos o la punta del pie derecho que ha salido a curiosear fuera de las cobijas.
No abra los ojos, manténgalos cerrados mientras se hace consciente de que todavía respira. Sienta sus pies, sus manos, todo su cuerpo que ha estado esperándolo. Muévalo despacio, como si lo saludara. Permita luego que sus ojos se abran, a su propio ritmo, sin afanes y descubran la luz que intenta meterse por los rincones.
Sonría ante la certeza de que ha amanecido.
Vuelva a cerrarlos y escuche. Trate de distinguir la diferencia entre los sonidos. Olvídese de lo real y párese, aún descalzo, frente al árbol en el que están los pájaros. Mire hacia arriba, reconózcalos, dele las gracias por cantar para usted, por cantar para el mundo. Intente luego Identificar el sonido del viento, sígale el rastro, piérdase en sus infinitas variaciones.
Finalmente quédese en ese momento mientras se lo permitan: el horario que debe cumplir, las ganas de desayuno, la urgencia de ir al baño, el ritmo de la vida. Mientras esté ahí permanezca atento, curioso, sea detallista. Inmortalice lo que más pueda en su memoria y guárdelo todo junto: los sonidos, el frío, la luz, los infinitos significados de la palabra mañana. Déjelo cerca, donde pueda alcanzarlo sin tener que alzarse en la punta de los pies, y recurra a él cuando sienta nuevamente que el afán de la vida ha empezado a ahogarlo.
-Sara Betancur

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