lunes, 25 de enero de 2016

Presencias

A Lilo le gusta sentárseme en las piernas, especialmente cuando tengo un pantalón de color oscuro. Antes creía que era maldad suya, pero luego de pensarlo mucho, me decidí porque era simple ignorancia.
A veces estoy leyendo en el sofá junto a la ventana y viene a visitarme. Me da golpecitos en la mano que sostiene la página del libro y me pide que vuelva del mundo en el que me sumergen las letras y converse con ella un rato. Cedo, encuentro un punto, y paro la lectura. La miro y cierro un poquito los ojos porque el veterinario dijo que así ellos entienden que uno los quiere. La acaricio y la escucho ronronear.
Cuando ya ha pasado un rato le pongo despacio la mano sobre la cabeza y le digo que voy a seguir leyendo. Entonces ella da vueltas sobre mí hasta que logra encontrar su lugar en el mundo y se acuesta de lo más elegante, como si en otra vida hubiese sido una dama de sociedad.
Yo vuelvo a encontrar el ritmo de la lectura y voy haciéndome cada vez menos consciente de su peso sobre mis piernas. Ella, por su parte, se queda mirando por la ventana en busca del lugar donde cantan los pajaritos, mientras deja que el viento la arrulle.
A ratos doblo el libro y lo cojo con una sola mano para poder acariciarla a ella con la otra. Lo hago, creo, para recordarnos a ambas que seguimos sobre el sofá junto a la venta y que es la primera tarde de enero en la que no ha llovido.

Sara Betancur Carvajal
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