jueves, 1 de enero de 2015

A vino

Nunca teníamos conversaciones comunes; de esas en las que uno le cuenta al otro todo lo que le pasó o en su día, o cómo se llamaban sus amigos de la infancia. Recuerdo que solía hacerme preguntas que me desconcertaban, por nuevas, por diferentes. Tenía y tuvo siempre una visión de niño; todo en la vida le maravillaba.
A veces yo intentaba desconcertarlo a él con mis preguntas, jugar su juego, tomarlo fuera de base. Casi nunca, debo admitir, lograba alguna de las anteriores. En cambio, terminaba obteniendo respuestas que me parecían, y aún me parecen, merecedoras de ser recordadas. 
-Si las palabras tuvieran sabor, ¿a qué sabrían? Le pregunté una tarde. 
- A vino. Pero no al trago de vino, sino al agridulce que se siente cuando, después de beber de la copa, pasea uno la lengua por los labios. Respondió, con esa mirada suya siempre tan pensativa. Se quedó en silencio un momento y luego agregó: -Bueno, las buenas palabras, las que se conectan y transmiten, las otras no sé a qué saben. 
-Sabes? Me dijo luego de un rato. -No pienso que la gente sea lo que come. La gente es lo que lee, las escenas de los libros que logra imaginarse. Las palabras que no entiende, las que hace suyas, las que se guarda. Las que tiene miedo de decir, pero finalmente dice.
Creo, que de todas las cosas, lo que más extraño, son sus respuestas. 

-Sara Betancur 

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