jueves, 22 de enero de 2015

Cuando no alcanzan las palabras (RIO)

Usted no entiende lo que es calor, hasta que  viene a Río. Aquí el sol se levanta a las 5 de la mañana y para cuando usted se levanta, a las 10, digamos, ya él logró calentar toda la ciudad por lo menos 5 veces. 
Pero eso ya lo sabía, lo que no sabía era que los brasileros creen que si agregan ito o ita a una palabra entonces están hablando un español perfecto, así como nosotros pensamos que el inho es lo único que se necesita para comunicarse con alguien que habla portugués. Antes me sentía mal de que pensáramos eso, porque era bullying, pero ahora que sé que el bullying es recíproco, creo que no me siento tan mal. 
Otra cosa que no sabía era que en esta ciudad había tantos túneles. La parte que encuentro fea es que los túneles fueron hechos para que la gente pudiera pasar por debajo de los morros y no tuvieran que recorrer las favelas, hechos para hacer la vista aún más gorda. Una ciudad, como todas, que crea mecanismos para ignorar a los ignorados. Lo que me pareció bonito fue lo que me enseñó Adriana. 
De camino para el Cristo me contó que cuando uno va a entrar en un túnel debe pedir un deseo y empezar a aguantar la respiración, si logra contenerla hasta el final entonces quiere decir que el deseo se va a cumplir. Pero no crean, es difícil y el calor no ayuda. Bueno, eso y que cuando decidí intentarlo íbamos a entrar en el túnel Rebouças, que mide 2.800 metros. Un buen nadador puede aguantar la respiración durante 50 metros, yo, que a duras penas no me ahogo, duré 5. Así como el sonido de la radio se va perdiendo a medida que uno entra en el túnel, así mismo se pierde la capacidad de aguantar la respiración y en menos de un minuto el deseo ya no parece tener valor. La misión en sí termina siendo algo suicida, y uno acaba por desistir. 

El tren que sube al Cristo ahora queda en otro lugar, en medio del morro, porque ya hoy tiene la destreza de pasar entre los altos árboles. Sin embargo, dejó sus rieles antiguos, como quien olvida algo importante en la mesa de cualquier café, por toda la carretera de subida. Entonces, cuando el carro sube, pasa por encima de los rieles imitando el tren, y acaba preciéndose a un niño que juega inocente a los disfraces. Después de estacionar el carro tiene uno dos opciones, hacer una fila de una hora para tomar una van que sube hasta el monumento o caminar cuesta arriba. Ya hablé del calor insoportable entonces pueden imaginarse lo difícil de la situación, es como tener que escoger entre morir ahogado o morir quemado. No da. Pero como uno es turista, tiene en la mano una GoPro y quiere parecer aventurero entonces se repite muchas veces que lo mejor es subir caminando y termina por hacerlo sin creérselo del todo. 

Subir por un morro durante aproximadamente 40 minutos,  con una temperatura que se siente de 50 grados, es una situación complicada. Tiene uno que darse ánimos durante toda la subida y mantener la esperanza de que con cada curva se está un poco más cerca.
Llega un punto donde, después de perder la respiración y de sentir que lo que uno tiene no es un short sino un pantalón de lana, el pavimento brilla, sin razón alguna, con el roce de la luz. Casualmente es justo antes de llegar a la estatua, da la impresión de ser una línea de meta hecha con mirellas de asfalto. Por un momento me pareció que era una empujadita de esperanza que la vida, compadecida, me estaba dando. Pero realmente no sé si es la novedad de todo o si las cosas sí son así de increíbles como parecen. 

El último trayecto es en ascensor. Uno entra, toca el botón que indica el segundo piso, espera que la puerta se cierre, contiene la emoción, prende la cámara, sube, siente la altura y luego ve cómo las puertas se abren. Entonces, aparecen frente a usted las 1000 toneladas de una de las siete maravillas modernas, y ahí, en ese mismo instante, entiende usted por qué está en esa lista. 

Quisiera decir qué se siente llegar a la cima y ver el Cristo Redentor, pero no existe ninguna emoción con la que pueda describirlo ni ninguna experiencia con la que pueda relacionarlo. Es, diciendo poco, increíble. se queda usted sin aire por unos segundos y se pregunta cómo es posible que existan cosas así en el mundo. 
Estando ahí, a 709 metros del nivel del mar, comprende uno el gran valor que tiene la vida, ¿por que? No sé, pero de repente se siente agradecido con todo, con sus ojos que le permitieron ver una cosa de esas, con su familia que solo tiene palabras de amor, y con la vida misma que le concedió estar ahí. Intenta uno contener las lagrimas de emoción mientras la sonrisa se dibuja en los labios sin avisar.

Para describir la vista tampoco alcanzan los adjetivos, ¿cómo puede uno explicar lo que es tener todo Río a los pies, alcanzar a ver en un mismo cuadro todos los contrastes que conviven en la ciudad? ¿Qué adjetivos usa para dar a entender la inmensidad de las montañas que protegen la historia de un pueblo entero, los colores de las casas, las formas de los edificios? ¿Será que es posible trasmitir con palabras lo inmenso y azul que de pronto parece el mar? No hay cómo. 

Aunque el lugar está lleno de gente, que habla en todos los idiomas existentes, usted siente que ahí arriba solo están usted y ese Cristo de 38 metros de altura, que con los brazos abiertos, parece estar dándole la bienvenida a todas las cosas buenas que el mundo tiene para ofrecer. Olvida el calor, el bullicio y todo por lo que se quejó ese día y el anterior y el que vino antes que ese, y pasa a sentir un profundo amor por la vida y un inmenso agradecimiento de que pudo, por fin, recordar que la magia sí existe. 


Sara Betancur 

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