sábado, 17 de enero de 2015

República K2


Primero encuentro importante aclarar que aquí las fraternidades universitarias se llaman repúblicas, pero se escuchan "jepúblicas" porque los brasileros tienen el vicio de cambiar la pronunciación de la R por la de la J. 
Esta República en particular se llama K2, y no me pregunten a qué se refiere el nombre porque entonces tendría que inventar alguna respuesta mentirosa.
Es una casa grande, vieja y bonita. Si se le ve desde afuera parece una réplica a pequeña escala de una mansión europea, puede incluso llegar uno a pensar que si abre la puerta del garaje y sube prudente las escaleras hasta llegar a la puerta principal se va a encontrar una mucama, de aires coloniales, que vestida a blanco y negro lo va a invitar educadamente a pasar. "-Los señores están tomando el desayuno, si desea puede esperar en el despacho", diría con voz neutra y ojos que aprendieron bien a no expresar opinión.
Sin embargo, la realidad es otra completamente diferente. 
Luego de subir las escaleras lo primero que uno nota en la entrada es la enredadera que intenta apoderarse de la pared del lado derecho, diría que lo segundo es la chapa vieja y llena de detalles que guarda la puerta. Hasta ese momento todavía alberga uno la esperanza de que ha llegado a un castillo utilizado por Disney en alguna de sus películas. 
Pero no, no es castillo, ni hay ninguna mucama que con destreza abra la puerta. Por el contrario, tiene uno que tratar de varias maneras y hasta cambiar de mano para lograr que la chapa ceda y la puerta se abra.
En la primera planta de la casa no hay un gran lobby con una mesa de centro, regalo de los duques de Francia, adornada con flores de colores vibrantes que algún sirviente cortó temprano en el jardín.  Hay por el contrario una mesa de billar frente a una chimenea que tiene abajo un radio viejo y grande. 
Del techo no cuelga un candelabro antiguo y exuberante que perteneció a alguna bisabuela rica, sino un bombillo que fue adornado con un sombrero de paja. 
De las paredes no cuelgan cuadros renacentistas firmados por autores a quienes no se les entiende la letra y a veces ni las pinturas. Hay en cambio, en una de ellas, la más grande, una cabina telefónica que aquí llaman "orelhão". Es grande y azul y tiene inscrita en letras amarillas la palabra 'oi' que traduce hola y que es una de las compañías telefónicas mas grandes de Brasil. 
El teléfono ya no da tono, pero si ignora uno lo suficiente la bulla que viene del patio donde están todos reunidos haciendo un churrasco (asado), y se pone bien cerca de la oreja el teléfono puede escuchar el silencio sordo y profundo que parece estar esperando a que alguien vuelva a dar vida con su voz a la línea telefónica. 
Suena como si el "orelhão" se negara a creer que nunca mas va a funcionar por el capricho de unos universitarios locos que lo destornillaron de a poco y con mucha paciencia para poderlo llevar rápido y eufóricos, en una camioneta prestada, a la República K2. 
En otra de las paredes, arriba de las ventanas, hay colgadas cuatro camisetas de diferente color pero igual estampado: "festa do colhar" dicen, y tiene al rededor del cuello un collarcito de bolas blancas bien puesto. 
La "festa do colhar" consistió en que cada hombre llevaba puesta una camiseta como las que están hoy colgadas en la pared y un collar pendiendo del cuello. Las mujeres por el contrario no llevaban collar y su misión de la noche era conseguirlo para poderlo intercambiar por tragos de tequila. 
Cómo hacían para conseguir los collares sigue siendo para mí un misterio, aunque estoy más que segura que no era bailando alguna pieza de música clásica, con pasos bien aprendidos, mientras las enaguas del vestido parecían coger vuelo. 
Subiendo las escaleras, antes de entrar a la cocina, hay una salita que parece sacada de Proyecto X; sillones usados, puffs y cojines se reúnen al rededor de una mesita de televisión. De las paredes cuelgan banderas de algunos países: Canadá, Inglaterra, Colombia, y como era de esperarse, Brasil. 
Después está la cocina y más allá, al fondo de la casa, el patio donde tiene lugar el churrasco. 
El churrasco es una excusa para comer buena carne y beber mucha cerveza, mientras trata uno de ignorar el calor y aprende a bailar la canción que suena de fondo. 
En el último piso de la casa están los dormitorios con las camas sin almohadas y dos balcones que esconden la vista de Itajubá. 
De arriba no hay mucho que contar, son cuartos grandes y compartidos, con paredes llenas de calcomanías de fiestas, cervezas y hobbies. De decoración simple, bien pensada y dispuesta para que ningún borracho ocasione desastres. 
Las escaleras que llevan a los dormitorios parecen preparadas para ver bajar a la princesa con paso medido y espalda bien recta, dispuesta a encontrarse con sus invitados que la esperan curiosos en la parte de abajo. 
Aún así, creo que lo más cercano a una princesa que ha bajado por esas escaleras es algún borracho que se sintió comediante y decidió robarle la corona del cumpleaños a la homenajeada de esa noche. 
Finalmente, la mansión colonial convertida en República es una mujer elegante que viste sus mejores ropas y que parece a primera vista muy formal y un tanto ajena, pero que, para sorpresa de todos, lleva por dentro incontables historias que se cuentan en los ecos atrapados en las paredes y en los latidos alegres de su corazón que palpita al ritmo de la samba. 

Sara Betancur Carvajal 

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