jueves, 1 de enero de 2015

De pelo crespo y gafas rosadas

Estábamos sentadas de frente y comíamos helado. Bueno, yo comía, ella se lo untaba en los cachetes y en la nariz. Con el helado me habían entregado la devuelta, a ella un perrito, que resultó siendo una alcancía.
-¿Ya tenías alcancía? Le pregunté mirándola a los ojos.
-Sí. Respondió rápido. –Tengo una alcancía para comprarme un caballo. Pero ahora mi jardín es muy pequeño. Agregó pensativa, como si ese fuera el único obstáculo que la separara de poder comprarlo.
-¿Y por qué quieres un caballo? Le pregunté y me miró.
-Porque me parecen bonitos. Respondió  mientras saboreaba el helado.

Nos quedamos en silencio durante un rato, pero no pasó mucho hasta que el cliché me hizo hablar otra vez.

-¿Qué quieres ser cuándo seas grande? Le dije y no pude evitar imaginarme todas las veces que me lo preguntaron a mí; me sorprendí pensando lo fácil que era responder a esa pregunta antes, cuando las limitaciones del mundo no eran un problema. ¿Soy lo que quería ser?
-Veterinaria. Confesó ella y me sacó del momento de existencialismo.
-¿Por qué?
-Para proteger a los animales que los cazan los cazadores. Dijo y el silencio aprovechó mi sorpresa para volver.

-Me parece que los humanos no están haciendo un muy buen cuidado del bosque. Interrumpió de pronto, como poniéndome la queja. –“Mira las basuras que han dejado los caminantes en el camino”, decía mi libro. Añadió como suponiendo que sabía de qué estaba hablando.
-¿Qué libro? Pregunté, porque realmente no sabía.
-El libro del planeta. Me respondió con esa voz de quien le explica a alguien algo demasiado sencillo. -Por el libro es que yo sé tanto del planeta y de los humanos. También tengo un libro del cuerpo y sé de los esqueletos, las venas y los músculos. Los libros tienen mucha información. Dijo y por un momento creí que estaba intentando darme un consejo.

Volvimos a quedar en silencio hasta que, después de un rato, ella se acomodó las gafas y me dijo:
-Decía algo muy lindo de los árboles y los hombres; que en un tiempo estaban unidos y que cada quien tiene un árbol. Cuenta cómo se conoció con ese árbol, cómo lo vio, cómo se lo encontró, qué frutos tenía, qué pájaros iban allá. Sus palabras estaban cargadas de una ilusión que no pudo más que reflejarse en los ojos.
-¿Tú tienes un árbol? Pregunté, pasito, tratando de no interrumpirle la imaginación.
 -Sí. Me contestó segura, muy segura. -Está en El Cabuyal, y el de mi papá está en el parque de Envigado.
 Se distrajo por un momento y luego, volteando un poco la cabeza, me miró fijamente y me dijo:
 -Yo voy a contar todo lo que sé del Planeta Tierra a mis amigos para que me ayuden a cuidarlo y les voy a decir que también ellos les cuenten a los amigos. El brillo en sus ojos pasó de la ilusión a la determinación.
-¿Crees que te vas a acordar de todo esto cuando seas grande? La reté.
 -Espero que siga con mis libros. Dijo y se río.
 De repente sentí, y creo que no me equivoqué, que mi interlocutora, de pelo crespo y gafas rosadas que mide 1,20 sabía más de la vida que yo, que mido, según la cédula, 1,65. 

-Sara Betancur 

Todos los derechos reservados 

No hay comentarios:

Publicar un comentario