jueves, 1 de enero de 2015

Para volver a levantar la cabeza

Un salón pequeño que huele a tinto, un sombrero puesto al revés y un montón de caras desconocidas. “Mi nombre es Carlos* y sufro de alcoholismo...” Dice él, un calvo sentado junto a la puerta para poder fumar. Su mirada es lejana, su camisa rosada y sus manos inquietas.
Ese ser humano (como se refieren todos aquí a los demás) es un integrante más de Alcohólicos Anónimos; una institución sin ánimo de lucro creada en Ohio en  1935 y que hoy funciona en más de 100 países.
Carlos* es consciente (como también lo fue en su momento la O.M.S.) de que lo que padece es una enfermedad, que a diferencia de todas es de auto-diagnóstico y que igual a pocas es incurable.
“Yo lo primero que consumí, a los ocho años, fue marihuana. Me fumaba las paticas que dejaba mi tío poray tiradas por la casa,” relata y por la manera en la que se le iluminan los ojos parece hablando de una hazaña.
Como era un niño creativo decidió, a los 13 años, mezclar la marihuana con vino. “Ahorrábamos de la lonchera y comprábamos vino 3 patadas”, cuenta Carlos*. Además de creativo, era también emprendedor y cuando probó el perico por primera vez en Barrio Antioquia decidió montar, junto con sus amigos, una plaza propia. “A nosotros nos vendían el perico a mil y nosotros lo vendíamos a dos mil. Vendíamos para pagarnos el consumo.”

Carlos* se casó a los 23 años, por consejo de su familia, con Mary Luz. De regalo por la boda y su obediencia le montaron una carnicería para que trabajara y le amoblaron el apartamento en el que iba a vivir. Pero su vida seguía sumergida en la droga y el alcohol y los síntomas del alcoholismo eran cada vez peores.
A los pocos meses quebró la carnicería y un día, aprovechando que su mujer estaba en Bogotá, vendió todo el apartamento para pagarse la fiestecita del fin de semana. “Apenas ella llegó y vio eso me echó,” recuerda Carlos*, como si aún no entendiera por qué eso era un motivo.
Su esposa se fue con su hija Karen, a quien no le dejaban ver. Primero por sospecha y después por confirmación, luego de que puso una tutela y tuvieron que permitirle tenerla los fines de semana. “Yo iba por ella los domingos en el guayabo más hijueputa, me la traía pa acá pa Envigado y la dejaba encerrada en la casa todo el día,” dice y llora.
La primera vez que la muerte le sonrió a Carlos* no logró ni llevárselo, ni hacerlo entrar en razón. Logró aún así, causarle un estado de coma en el que estuvo durante un mes y medio. “Apenas yo me desperté y vi que mi mamá estaba ahí al lado mío le dije: ama, vamos a farriar ¿o qué?, ¿usted tiene plata? Y ella me contestó: sí, yo tengo unachichigüita.” Luego volvió a dormirse y cuando finalmente volvió en sí, a los 5 días, ya no podía moverse.

Carlos* entró en depresión. Las esperanzas de que un día caminara no ascendían de cero, además, había perdido la memoria, y como si esta fuera su karma, solo le devolvía  los recuerdos que deseaba no haber vivido nunca. Esa tóxica mezcla entre angustia, rabia, desilusión y tristeza le hizo encontrar las fuerzas, que su cuerpo supuestamente ya no tenía, para tirarse de la cama. Se quebró la cabeza. “Cuando mi mamá me vio ahí tirado se puso fue feliz. Me dejó ahí hasta que llegaron los médicos porque ellos no le creían que yo me había movido.”
Paradójicamente haberse encontrado de nuevo con la muerte, (después de esa caída que le dio la esperanza de recuperar el movimiento), fue lo que le devolvió a Carlos* las ganas de vivir. Empezó a ir a Alcohólicos Anónimos, primero ayudado de una silla de ruedas y luego de un caminador con el que se demoraba una hora y media llegando al salón de reuniones, al mismo al que hoy llega en 15 minutos.
Poder compartir su historia, llorarla, sentirla, le deja la certeza constante de no querer volver a ser quien era. Saber además que hay otros que sufren lo mismo que él, son los motivos que finalmente hoy por hoy lo mantienen sobrio hace ya 3 años y 16 días.
Carlos* no se avergüenza de ser quien es, ni de llevar a sus espaldas la historia que lleva, porque sabe, que a veces, para volver a levantar la cabeza hay que dejarla caer del todo.

-Sara Betancur 


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