jueves, 1 de enero de 2015

Pedacito de memoria

Siempre ha sido la misma casa; las escalas, el corredor y al fondo la cocina. Siempre le ha entrado la misma luz, como anaranjada, como de añoranza, como de hogar. Los abuelos dicen que antes era de dos pisos. 
A veces, si camino despacio y presto atención, me parece ver a mi mamá y a sus hermanos corriendo, traviesos, de un lado a otro. Puedo incluso, si estoy de suerte, escuchar el eco de la voz de abuela gritándoles que el piso está trapeado. 
De toda la casa, lo que más me gusta, además del comedor, es la cocina. Me gusta sentarme ahí y ver a la abuela moverse, con una destreza impecable, de aquí para allá. 
Hoy, por ejemplo, está organizando algunas cosas que el abuelo le fue a comprar a la tienda. Abre aquí y acomoda allá. Miro intrusa cuando saca de la bolsa negra los huevos y el abuelo, despacio pero sin dudar, como alguien que ha repetido algo tantas veces que ya es automático, le abre la nevera y le sostiene la puerta para que ella pueda ubicarlos. 
Él parece prestarle atención mientras ella, poniendo uno a uno los huevos, va hablándole sobre lo que sea que haya pasado la tarde anterior en la novela. 
Y es eso, él ahí con su pantalón amarrado con correa y su camisa a rayas bien puesta, y ella con su delantal de florecitas y esas gafas tan redondas. No hay más, sólo eso, así de simple, es amor. 

Sara Betancur 

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