jueves, 1 de enero de 2015

Esto también pasará

Eran tiempos de guerra y el rey, como todo buen rey, tenía que alistarse para ir a la batalla. Pero tenía miedo, la intranquilidad le zumbaba al oído como un zancudo en medio de la noche. Sabía que sus ejércitos estaban perdiendo en la frontera; los hombres habían dejado de llegar heridos a casa, y ahora, simplemente, no llegaban. 
Sin embargo, tenía muy claro que no podía dejar que el miedo le ganara a su valentía bien aprendida, ir y luchar era su deber, un deber que desde antes de nacer ya lo estaba esperando. ¿Con qué cara miraría sino a su pueblo, que había puesto en él el último hilito de esperanzas que aún guardaban en los cajones?
 Antes de partir decidió ir a ver a su consejero, Ashua, un anciano lleno de canas que contaban historias de hace ya muchos soles. Ashua era un hombre sabio, se lo notaba en los ojos. Luego de que el rey terminó de enumerar las infinitas preocupaciones que lo agobiaban frente a su viaje, él le sonrió paciente y le dijo, con esa voz suya de la que solo emanaban tranquilidad y experiencia: "guarda esto en tu anillo, cuando sientas que todo está perdido, ábrelo y míralo". Acto seguido le entregó un pedacito de papel, que había sido doblado muchas veces con el fin de encajar a la perfección debajo del anillo. El rey, obediente, lo guardó.
Cuando llegó a las montañas, la situación con la que se encontró superaba por mucho lo que había imaginado. El ejército contrario era cada vez más poderoso, mientras que el suyo, estaba a punto de ser derrotado. Los cadáveres, aún calientes, decoraban el piso como una alfombra. Sin embargo, la valentía de sus hombres era de admirar; seguían peleando, con sus espadas en mano y sus frentes en alto contra un enemigo que parecía un elefante, frente a ellos, unos simples ratones.
Sus arduos intentos por la victoria eran inútiles, el otro ejército no estaba dispuesto a retroceder ni un poco. El rey entró en pánico. Se imaginaba su pueblo en las cenizas, podía casi que oler el azufre que emanaba de la imagen de destrucción que se tejía en su cabeza. Ni los gritos de los niños y sus llantos descontrolados, que intentaban con ferver invadir sus oídos, podían silenciar la vocecita que se hacía cada vez más fuerte y clara, "estás perdido", le decía, como burlandose. Sintió entonces que era el momento de abrir el anillo. Desdobló el papel despacio, intentando controlar el temblor de sus manos sucias con lodo y sangre.
Cuando por fin el papelito recobró su tamaño inicial el rey se dispuso a leerlo, rápido, antes de que las lágrimas lograran invadir por completo sus ojos "Esto también pasará". rezaba una letra en tinta negra, que había sido escrita con demasiado cuidado. Ante tal escena de destrucción y muerte, ese pedacito de papel, parecía inmensamente blanco y puro.

-Sara Betancur 

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